miércoles, 7 de abril de 2010

REFLEXIONES DE UN VETERANO DE GUERRA- POR DANIEL GUEVARA

REFLEXIONES DE UN VETERANO DE GUERRA,
A PROPOSITO
DE LA ETICA REVOLUCIONARIA.

Ética revolucionaria ¿de quién?, porque para hablar de ella debemos primero identificar a los sujetos revolucionarios. Y la primera pregunta aquí debe ser si aún quedan individuos que por su práctica cotidiana merecen o no ser identificados como “revolucionarios”; y por otro lado, si podemos identificar instrumentos, que conformados y construidos por el conjunto de esas conciencias revolucionarias, merecen o no, esa categoría.

Algo difícil, y a mi juicio, casi imposible si nuestros referentes son los supuestos sujetos revolucionarios salvadoreños de ahora.

Aunque corremos el riesgo de ponernos academicistas, es necesario, si queremos comprender mejor este asunto, definir y hacer la diferencia entre moral y ética, términos que generalmente se asumen como iguales, sujetos a diversos convencionalismos y que cada autor, época o corriente filosófica los utiliza de diversas maneras.

La Moral es el hecho real que encontramos en todas las sociedades; es el conjunto de normas que se transmiten de generación en generación, evolucionan a lo largo del tiempo y poseen fuertes diferencias con respecto a las normas de otra sociedad y de otra época histórica, estas normas se utilizan para orientar la conducta de los integrantes de esa sociedad.

La Ética es el hecho real que se da en la mentalidad de algunas personas, es el conjunto de normas, principios y razones que un sujeto ha construido y establecido a partir de su propia experiencia como una línea directriz de su conducta.

Resumiendo diríamos que la Moral es el conjunto de normas que una sociedad se encarga de transmitir de generación en generación y la Ética es el conjunto de normas que un sujeto ha esclarecido y adoptado en su propia mentalidad.

Todos hablan de su propia ética: los profesionales hablan de una ética profesional, los políticos hablan de una ética de los partidos políticos, los religiosos hablan de una ética religiosa, los funcionarios públicos hablan de una ética de los funcionarios públicos y los “revolucionarios” hablan de una ética revolucionaria; pero, ¿qué es lo que determina y define a la ética entendida como tal?

Lo que la define y determina es la práctica cotidiana de los valores y principios en que se fundamenta: la honestidad, la responsabilidad, la lealtad, la fidelidad, la solidaridad, la fraternidad, la cooperación, el altruismo, la unidad, la disciplina, la verdad, el amor, la austeridad, la honradez, el desprendimiento, la transparencia, el respeto, etc.

Y entonces preguntémonos: ¿cuántos profesionales desarrollan su labor sobre la base de la práctica de al menos los primeros tres valores mencionados en la lista anterior? ¿Y qué decir de los políticos, los funcionarios públicos y los líderes religiosos? ¿Y cuántos de esos profesionales que siendo docentes, médicos, abogados, notarios, enfermeras, sólo para mencionar algunos, se llaman y se dejan llamar “revolucionarios”?

Qué fácil resulta hoy ser un “revolucionario”. Ya me imagino al Che y a Fidel si supieran cuales son los criterios y parámetros que determinan hoy al ser revolucionario. Sobre todo al Che a quien utilizan tanto en discursos y sermones, y cuya imagen y pensamiento vulgarmente comercializan.

El profesor se llama revolucionario porque está afiliado a un partido político que dice que es de izquierda, pero llega tarde al centro escolar, no prepara su trabajo, llega de goma, inventa con frecuencia enfermedades para no asistir a su trabajo, participa entusiastamente celebrando dizque la independencia patria sin ni siquiera conocer la verdadera historia nacional, y por lo demás, es conciente de que sigue reproduciendo los antivalores propios del sistema capitalista; pero es más revolucionario cuando forma parte de una instancia partidaria y participa en una campaña electoral, con la esperanza de que una vez el partido esté en el poder, le ayuden con un traslado o con la colocación de algún pariente en algún puesto de trabajo. Esto si no se retira de las actividades propias de la campaña, cuando no ha sido tomado en cuenta para alguna candidatura de elección popular.

El médico se llama revolucionario porque está afiliado y asiste a unas reuniones junto a otros revolucionarios, pero se aprovecha del problema de salud de sus pacientes, o no los atiende porque no pueden pagar el costo de la consulta; el abogado es revolucionario porque está afiliado y es un teórico marxista, porque lo invitan a una entrevista en un canal de televisión, pero sigue inventando coartadas para lograr la libertad del violador de menores o del asesino de su propia madre.

El notario es un gran revolucionario pero ha dejado en la calle a varias familias porque tuvo que recibir como pago de sus honorarios la propiedad que le liberó en el proceso.

El alto dirigente del partido que dice que es de izquierda se llama líder revolucionario porque es parte de la dirección nacional que conduce el esfuerzo estratégico para hacer avanzar la revolución, pero le echa zancadilla a su camarada con tal de mantenerse en el cargo público o partidario, gozando de jugosos salarios y sin acordarse ya de quienes trabajaron y votaron por él, etc. etc. etc.

No hay duda que la ética revolucionaria es una apremiante necesidad en las circunstancias actuales de nuestro truncado proceso revolucionario salvadoreño, algo muy difícil si tomamos en cuenta que esto implica una serie de comportamientos referidos a principios determinados que permitan la coherencia entre el sentir y el actuar, y la congruencia entre la teoría y la práctica.

De nuevo el término nos remite a la moral en el sentido de que existen convicciones que, adoptadas a lo largo de nuestras vidas, nos hacen redescubrir los principios o valores que llevan a la concreción entre lo que pensamos o sentimos y lo que hacemos. No obstante, cuando un individuo no está definido, su moral termina contaminada por otros sujetos, creencias o vicios que se transforman en cultura. Así pues, los individuos se siguen llamando y se dejan llamar revolucionarios, aún cuando siendo militantes de un partido político de izquierda no sólo asumen las mismas reglas de juego en el que participan junto a los partidos de derecha, sino que además se resignan, se acomodan y posiblemente sin saberlo, se convierten en enemigos del mismo proceso revolucionario que dicen impulsar. Ese conflicto, generado por la total ausencia de una ética revolucionaria, abonada por el afloramiento de intereses personales y sectarios, hace que los seudo revolucionarios de ahora, lleguen a la triste y fatal conclusión de “qué podemos hacer, si siendo nuestro casi único instrumento revolucionario histórico un partido político, debemos aceptar que tiene que hacer exactamente lo mismo que hacen los otros partidos políticos”. Entonces regresemos al primer párrafo de esta reflexión: Ética revolucionaria, ¿de quién?

La ética en la política, es la actitud, la práctica de los representantes o dirigentes del pueblo de acuerdo a determinados valores morales frente a situaciones concretas del quehacer público. La práctica de las fuerzas revolucionarias que trabajan con la clase trabajadora y las fuerzas populares, busca cambiar las estructuras ideológicas, socioeconómicas y las prácticas del capitalismo. Para hacerlo justamente deben ejemplificar con una nueva actuación, impresa por todos esos valores que ya enumeramos antes, a los que deben sumarse su propio marco de principios e ideas que alimentan la convicción con la que debe actuarse, independientemente cual sea el escenario en que deba hacerlo, sea este un escenario militar, político, social, cultural, productivo, o ya la combinación de todos ellos.

Los excombatientes del FMLN histórico, aglutinados en la Asociación de Veteranos y Veteranas de Guerra del FMLN para el Desarrollo Integral en El Salvador (AVDIES), concientes de que no estamos exentos de manera individual de correr el riesgo, y de haber perdido la mística y la ética que forjamos en medio del sacrificio, el desarraigo material, la solidaridad, la fraternidad entre los “compas”, la decisión y la convicción del porqué de la lucha, del porqué y el para qué del esfuerzo, seguimos entendiendo y asumiendo por ética revolucionaria, una práctica humanista de los sujetos políticos que están comprometidos en la teoría y la acción con la justicia social, con el cambio de la sociedad capitalista y en consecuencia con la construcción del socialismo. Y en ese sentido, “por la memoria de las compañeras y compañeros caídos y por la dignificación de nuestro pueblo, no vamos a claudicar jamás en el intento por rescatar la mística y la esencia de los verdaderos principios revolucionarios que caracterizaron a los militantes del proyecto histórico de aquellas épocas, cuando cada quien se disponía a entregar hasta su vida, con tal de hacer realidad las aspiraciones de nuestro pueblo”.

Porque no es el principio de “dejar hacer, dejar pasar” lo que debe caracterizar a un revolucionario, debemos ser coherentes entre lo que pensamos y decimos con lo que hacemos, con nuestro proceder y actuar, sin importar bajo que circunstancias debamos hacerlo, aunque esto nos cueste un cargo partidario, un puesto público o un simple empleo; quien no lo haga por temor a perder privilegios y prebendas políticas y económicas; quien no lo haga y prefiera callar, agachar la cabeza y aplaudir errores porque debe pagar favores de políticos que se han vuelto expertos en el arte de la negociación y la compra de voluntades, es porque ha perdido o nunca supo lo que significa la ética revolucionaria, por lo tanto, no merece llamarse ni que se le llame revolucionario.

Daniel Guevara
Presidente de la AVDIES

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