jueves, 6 de mayo de 2010

SAQUE CARTAS DE ROQUE DALTON DESDE LA CARCEL-POR CARLOS LETONA

Tomado de Contrapunto
Saqué cartas de Roque Dalton desde la cárcel

MIÉRCOLES, 05 MAYO 2010

Vivencias y recuerdos de niño cuando conoció Roque Dalton y a Miguel Mármol, personajes unidos en la historia y la literatura salvadoreña.

MONTREAL - Conocí la palabra vacaciones cuando mis padres me llevaron por primera vez a San Pedro Masahuat, donde mi abuela paterna. La primera noche de mis vacaciones fue terrifiante, pues en cuanto apagaron el único candil de la casa los primos mayores empezaron a dar las buenas noches a la abuelita y luego a contar leyendas de la Siguanaba, que según ellos se le aparecía a los bolos cuando regresaban de tomar chaparro en el Cantón Santa María la Sabana y atravesaban el río Sepaquiapa.

Fue durante los primeros días de mi estadía mientras mis primos y yo nos chapuceábamos en la poza del Cristo del mismo río que tuve el primer susto pues uno de mis primos se escondió en una gruta y empezó a lamentarse como un susto pero estos lamentos fueron interrumpidos por la llegada del tío Atilio que nos ordenó que teníamos que regresar a la casa pues algo grave había pasado.

Al llegar donde la abuela nos encontramos con todas las tías y primas llorando; la única que no lloraba era mi abuela (Mama Ester) pero mi gran sorpresa fue ver a mi viejo de nuevo en San Pedro, pues sólo habían pasado unos días de la gran vacación que me había prometido. Al saludarlo me respondió sin preámbulos y me dijo: “nos vamos a la casa porque se han llevado preso a tu hermano Eduardo y vos le vas a llevar la comida” .

La primera vez que llegue con la comida de mi hermano a la Penitenciaría Central me pareció como un castillo de paquín, quería descubrir sus torres pero un guardián se me interpuso diciendo: ¿a dónde vas, cipote? Le respondí mostrando el portaviandas y le dije: “Traigo la comida a mi hermano Eduardo Funes Letona”. Me pregunto si traía otra cosa y le dije que no... El guardián con un vago ademán me indicó que siguiera hasta el fondo.

Después de muchos días de mandados y la comida cotidiana mi hermano me dijo: “le vas hacer un mandado aquí a mi amigo se llama Roque Dalton. Vaya, salúdalo”, me dijo. Fue así como conocí a Roque; después del breve saludo mi hermano me dijo: “No le vayás ha decir a nadie porque si hablas nos van a joder a todos; cuidadito, ok?”. Respondí meneado la cabeza. Eduardo me dijo: “Anda a hacer pipí”. Le dije que no tenía ganas y me respondió que tenia que tener ganas pues Roque me daría el mandado en el excusado.

La oscuridad y la pestilencia era insoportable pero el deseo de dar libertad a aquella carta valía todas las penas del mundo. Por el momento la carta estaba muy segura dentro de mis calzoncillos. Al despedirme de mi hermano este me dijo: “Vaya decile adiós al poeta”. Roque sonrío y levantó una mano.

Si mi memoria es buena, creo que saqué tres cartas. Ahora, los nombres de las personas a las cuales se las entregué no los recuerdo, pero creo que estas personas sí han de recordar los momentos en que quizás recibían prosas de amor y versos de libertad escritas por aquella mano que siempre se despedía con el anhelo de tocar las manos del lector. Nunca leí las cartas pues la angustia de la entrega era apremiante

Mientras me quedaba esperando por el portaviandas le conté a Eduardo las leyendas que los primos me habían contado en San Pedro; riéndose me dijo: “Fijate bien: si le decís a alguien lo de las cartas de Roque te puede salir el Justo Juez y ¿sabés lo que hace el Justo Juez?”.

Sin esperar mi respuesta siguió diciendo que el Justo Juez le daba verga a los monos que decían la verdad: “Así es que ya sabés: no digas nada y si decís algo el Justo Juez sigue creciendo y parece andar en zancos de madera y el cincho con el que te va a pegar... duele más, pues es más largo cada vez que crece”.

Años después mi hermano fue liberado de la penitenciaria de Sonsonate donde purgó sus últimos años de pena por robo de la planilla de pago a un pudiente hacendado, según me contó mi papá

Durante los mismos años conocí a mi otro medio hermano: Danilo Castro. Algunos personajes que han marcado la vida salvadoreña en este caso. Mientras el vivía otro de sus tantos idilios tormentosos. Esta vez fue con Lety, una señora mucho mayor que él y miembra de un organismo que se llamaba Fraternidad de Mujeres de El Salvador.

Debido a la proximidad a la casa de mi mama y la de mi hermano, yo asistía a las reuniones de Lety y rápidamente me asignaron pequeñas tareas como la de ir al mercado de la compañía a pedir ingredientes para hacer tamales.

Esto fue bastante fácil, pues mi mamá tenía un pequeño puesto de verduras y cereales, y todas las señoras del sector me conocían y contribuían sigilosamente, pues yo les decía que los tamales se iban a servir a los voluntarios de la construcción de la Ciudad Universitaria. Ellas me decían: “Si es para los muchachos de la Universidad o el Sagrado Corazón de Jesús, con el mayor de los gusto, Carlitos”.

Fue después de un tiempo que Danilo me dijo: “Vas a conocer un gran personaje un miembro del Partido Comunista de El Salvador (PCS): el compañero Miguel Mármol. Él te iba a condecorar, pero el encuentro se anuló por razones de seguridad”.

Olvidé mi condecoración, pero tuvo lugar el día en que menos pensaba en subir de grado en el círculo, nombre que le daban a las reuniones. Sucedió mientras yo escuchaba la radio-novela “Tamacun, el Vengador Errante”. Danilo interrumpió en el cuarto de don Luis, el zapatero, donde todos los cipotes del pasaje Jerez pagábamos un centavo para poder escuchar los capítulos de Tamacun. Me dijo: “Venite, porque te has merecido tu primera condecoración”. Le respondí: “Voy a perder el capítulo de Tamacun y ya pagué el centavo”, insistí, y le preguntaba que por qué ahora? Danilo me respondió que la fecha era secreta.

Fue entonces que recibí de manos de Miguel Mármol una medallita rectangular de aluminio. Mientras él me la ponía en mi camisa. Sus palabras hacían alusión a la libertad y a la procedencia de la medallita; me recuerdo que me dijo viene directamente de Moscú. Las señoras de la Fraternidad aplaudieron el discurso y casi al unísono, le pidieron al señor Mármol que contara cómo escapó de la muerte. Sin ruegos, se quitó su camisa y descubrí entonces un pecho retorcido como el del tronco de un sauce. Antes de empezar con su anécdota intercambió algunas palabras con la niña Tulita, esposa de Cayetano Carpio, y con Clarita, otra de las organizadoras de estos encuentros.

Lo que me sorprende ahora que comprendo el significado del comunismo de esta época es que durante la entrega de condecoraciones y su historia de sobrevivencia, don Miguel insistía que fue gracias a Dios que él se había salvado.

Luego las charlas que seguían eran acompañadas de un cafecito con salpores de la panadería El Angel, donde don Cayetano reclutaba futuros sindicalistas.

Carlos Letona es salvadoreño residente en Canadá y comparte en ContraPunto su testimonio con los lectores de este medio.

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