El Salvador está asentado en el centro del Istmo Centroamericano que
une a dos grandes masas de tierras: Norte América y Sur América.
Somos como el ombligo del continente americano, por ende no sufrimos
directamente la penetración de las placas tectónicas en la zona de
subducción al sur de nuestras costas, pero nos llegan los escalofríos
del orgasmo. Tierra sexual.
Nuestra superficie está marcada por una serie de volcanes, tetas
tiradas a lo largo de nuestra geografía cuyos pezones son acariciados
por nubes que se deslizan sobre nuestro cielo. Tierra sensual.
Exuberante geografía manchada por lagos emboscados por cerros,
lacerada por ríos caprichosos y maliciosos en su andar, playas
atrincheradas para defendernos de la furia del mar. Y escondidos en
sus bosques, cientos de aves que vuelan clandestinos ante la
presencia del hombre por temor a correr la misma suerte que corrieron
los mamíferos cuando se desató la cacería colonial. Fauna fugaz.
Así es nuestra tierra. Una tierra que peca de día y de noche, y que
pare más hombres y mujeres por granos de maíz que cualquier otro país
de la América Central. Ese derroche de amor, expresión carnal de la
necesidad humana de ser amo y esclavo, de ser bestia y ángel, de ser
conquistador y conquistado es nuestro aporte a la humanidad y nuestro
acceso a la celebridad. Tierra teatral.
Aquí no tiembla, son señales de una profecía pintada en el más allá.
Sabemos de donde venimos, hacia donde vamos y lo queremos ignorar.
Aquí no tiembla, son orgasmos de la tierra que es violada por el mar
o cicatrices viejas que súbitamente se abren de par en par. Esta
tierra no existe, es un sueño nada más. Tierra fugaz.
Dago. Abril 2001.
Muy Bonito, usted tiene bastante talento.
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