Sentado leyendo LPG uno de estos días mi sobrino, Diego de ocho años, me ve llorar y dice: ¿Qué te pasa? Le contesto: es que los salvadoreños somos malos. Me mira y me increpa: ¿pero tú eres salvadoreño y no eres malo? ; ¿Y como lo sabes? – Respondo- ; por que me quieres. Sonrío ¿Cómo sabes que te quiero? Por que eres mi familia dice y, se marcha sonrojado corriendo.
Todos somos Jonatan, todos somos Carlos. Debemos sentir vergüenza, ira, impotencia, por no poder cambiar este paisaje de nación que llamamos El Salvador. Y todo parece ser que debemos acostumbrarnos a que viviremos así el resto de nuestras vidas. No hay solución inmediata a ésta agresividad que cada día se tornará más violenta.
Mientras en el primer mundo se habla del mundial de fútbol, aquí una caterva de fanáticos religiosos con fuerte militancia política nos anuncia las señales del final de los tiempos. Aprovechándose de la pobreza, ignorancia y tribulación de la población deforman los principios básicos del cristianismo inculcándole a las masas una amalgama de viejas supersticiones populares con pinceladas de milenarismo moderno. Esto esta haciendo que los salvadoreños se vuelvan espectadores del fin del mundo, y no intenten cambiar la realidad que el mismo hombre sin ayuda de Dios a degenerado.
¿Cuántas veces hay que poner la mejilla? Una vez.
Si deseas hacer planes para un año, hay que sembrar arroz, si es para dos lustros hay que plantar árboles, si es para toda la vida hay que educar al hombre. El Salvador tiene su agricultura muerta. Somos depredadores de la naturaleza en aras de vivir el consumismo. Y nos matamos los unos contra los otros. Hacemos todo lo contrario de las buenas razones.
¿Cuándo dejaran los salvadoreños ese complejo de inferioridad, que cuando se emborracha se pone arriero? De igual, el miedo al ridículo, que se disimula con risa cínica de me vale todo frente a su misma ignorancia. ¿Cuándo dejaran los niños de entrar a los autobuses por abajo del torniquete?
El salvadoreño no desea asumir el valor de enfrentar sus propios actos. De allí esa maldad perruna nacional, defenderse con: agresión, hurañamente, mintiendo, matando. Mi idea de que somos malos, no es novedad, Salarrue se adelanto, por lo tanto no puede ser áspera, a lo sumo mostraría humilde impureza.
Hemos llegado al momento de que, en el salvadoreño lo bueno es una discordia. Y que por mucho empeño que se realice no dejaremos de ser una acémila. Hemos perdido vitalidad, y es esta la única arte posible en una época de decadencia.
Tiene razón señor presidente
No debe sorprendernos la muerte de un marginal a cuchillazos en las calles de San Salvador. Es propio de la vida nacional vivir y morir de esa manera. Lo que sucede es que depende de la clase gobernante evitar que el hombre se vuelva antisocial, enrumbar las mismas capacidades y esperanzas que los hombres tienen a fin de que consigan los fines que apetecen, esa es labor de los políticos. Suya.
Y el consumismo que usted propone para salir de la crisis, solo aumentara las enemistades naturales: La competencia, desconfianza, deseo de ganancias, seguridad, reputación; la búsqueda desmesurada de estos, nos tiene ahora en un estado salvaje de unos contra otros.
Ahora bien, en donde falla estimado presidente en su apreciación, es que, si bien esto es un estado natural del hombre, también es natural desear la paz. Para ello cada uno deberá ceder una parte de lo que apetece. Hay que renunciar al consumismo como salida a la crisis, solo de esta forma una sociedad tranquila será posible. ¿Quién debe garantizar esto señor presidente? Usted. Nadie más que usted debe garantizar la auto preservación de los salvadoreños.
Las quejas de los diversos sectores nacionales no es un afán de opacar su vista a Barak Obama, o de disminuir su popularidad en las encuestas, ya comprendimos que usted y Tony Saca son los mejores; lo que sucede es que el pueblo habla dialectos cifrados, murmura, y ahora le es necesario comprender estos signos.
Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia perdición.
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