Prensa digital Cotrapunto.
Lloré de emoción el día que se firmaron los Acuerdos de Paz y desde entonces no he olvidado, no puedo ni quiero olvidar
SAN SALVADOR - El día de ayer tuve la oportunidad de estar en una conferencia pública en la UCA. En ella se trataba sobre los temas de verdad, justicia y reparación integral de los daños causados por la violencia durante los años del conflicto armado. Fui con ánimo de informarme sobre el caso jesuitas, conocer más sobre la comisión de amnistía en Brasil y obtener de primera mano la posición del IDHUCA sobre dichos temas. Salí conmovida profundamente.
Entre los panelistas estaba Mario Zamora, hijo de uno de los dirigentes democratacristianos más importantes del país, y asesinado por los escuadrones de la muerte en su propia casa. Mario compartió de manera serena con el público los acontecimientos que se dieron el día del asesinato de su padre. No desde la perspectiva de un adulto, sino a través de los ojos del niño que él era en ese entonces. Su mirada se perdía a veces y se notaba el esfuerzo que hacía en momentos duros del relato. Pero lo contó todo.
Un niño (a través del cuerpo de un hombre), nos contaba cómo vivió la noche que mataron a su padre y su posterior sepelio. Un adolescente (en el cuerpo del mismo hombre), más adelante relataba cómo sintió la dureza del exilio y la necesidad de regresar a El Salvador a pesar de todo. Un hombre terminó diciéndonos que el niño y el adolescente que fue, sufrieron sí, y siguen sufriendo en el hombre que es porque aún no conocen la verdad. No pude evitar algunas lágrimas por lo fuerte de la atmósfera.
Pero lo más duro de la historia aún no llegaba. Lo más duro e importante era esa constatación de la necesidad imperiosa de conocer la verdad. No con ánimos de venganza, sino lo más sublime: para poder PERDONAR. Mario decía: “necesito saber quién lo hizo y por qué lo hizo, para saber a quién debo perdonar y por qué”.
En ese momento me di cuenta que como sociedad entera necesitamos conocer la verdad, por muy dura que ésta sea. Necesitamos reconocer rostros, verles de frente, conocer sus motivos, sólo de esa forma podremos perdonar. El perdón, por otra parte, no significa olvido ni mucho menos no hacer que el sistema judicial siga su curso y no se castigue a quién debe ser castigado. Me recuerdo que después de la firma de los Acuerdos de Paz, y a partir del trabajo de la Comisión de la Verdad, se nos dijo: habrá amnistía general y ahora comienza un proceso de perdón y olvido. Ese proceso era imposible ya que no conocíamos la verdad… ¿qué debíamos perdonar? ¿qué debíamos olvidar?
Yo soy parte de la generación de la guerra. Nací en los años de turbulencia social (1971). Crecí en medio de bombas, cateos, muerte e incertidumbre. Lloré de emoción el día que se firmaron los Acuerdos de Paz… y desde entonces no he olvidado, no puedo ni quiero olvidar. Pero sí necesito perdonar. Yo también necesito perdonar y quiero saber a quiénes, y por qué lo hago. Después de ayer estoy aún más convencida que debemos siempre luchar por conocer nuestras historias, que son muchas y en muchos casos silenciadas por fuerzas aplastantes.
Las múltiples historias de El Salvador, las múltiples verdades de este pueblo que nos permitirán dar un paso más como sociedad en la búsqueda de nuestras propias formas de convivencia.
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