UN SUEÑO DE NAVIDAD
Jaimito entró dichoso al espacioso
salón. Decenas de otros niños como él corrían de un lugar a otro, y llenaban
literalmente de vida la estancia con sus risas y ocurrencias. Rápidamente, se
integró al grupo y trabó amistad con aquellos pequeñines. Estaba pletórico de
felicidad, como nunca antes lo había estado.
Unos señores, elegantemente vestidos
con atuendos navideños y una gran sonrisa a flor de labios, estaban solícitos
distribuyendo golosinas. Helados «triples», con pasas y maní, aquí; confites de
mil sabores, allá; porciones de bizcocho con leche, chocolate y crema de fresa,
más allá. Era una fiesta soñada, realmente soñada para Jaimito.
De pronto aparecieron unos músicos,
acompañados de varias damas elegantes, muy perfumadas y de vivaces sonrisas.
Comenzaron a tocar aires infantiles, y los chicos convirtieron el enorme salón
en un campo de baile sin igual. Todos gozaban de aquel jolgorio, como el
primero y último de sus vidas.
Cuando habían disfrutado lo suficiente
del festín, las damas, dando palmaditas, llamaron a unos señores. Estos
empezaron a llevar al gran salón cajas grandísimas, revestidas con papel de
Navidad. El grupo de chiquillos se silenció por completo. Sus corazones
parecieron detenerse de repente. Algo les decía que en las cajas había muchas
sorpresas para ellos. Si hubiese entrado allí una mosca, se habría escuchado su
zumbido en el aire.
Las cajas se fueron abriendo
lentamente. Y las señoras comenzaron a sacar los más espléndidos regalos. Los
había de todos los tamaños, texturas, colores y olores, para niños y niñas. Fue
bastante conque una de ellas dijera: «A ver, niños. Hagan dos filas aquí...»,
para que aquel ejército de bajitos traviesos, volviera a encender, con su
algarabía, el inmenso salón. En orden fueron pasando, uno a uno, a recibir su
regalo. ¡Había que verles sus rostros iluminados a plenitud por el milagro de
un regalo de Navidad; y sus sonrisas desplegadas al máximo, como si a cada uno
les hubiesen contado el más divertido cuento de hadas.
Jaimito apretó contra su pecho el
regalo. Ese que tanto había deseado desde cuando tenía cuatro años: un avión de
pilas, con control remoto. Quizás era una original manera de echar a volar sus
sueños. Ya habían pasado cinco años, y solo ahora se disponía a disfrutar aquel
regalo. Se encaminó hasta un extremo del salón, y se sentó en el brillante
piso. Quería romper el papel, y sacar su sueño hecho realidad.
Pero un impertinente ratón, de
prominentes y afilados dientes, de ojos saltones y larga cola, que apareció por
entre los pedazos de cartón que cubrían el cuerpo de Jaimito, que lo despertó
bruscamente, impidió que él hubiera destapado su regalo, echado a volar sus
sueños y gozado de una feliz Navidad. Como ese sueño que tenía en aquel inmenso
salón. Porque aquella mañana fría, con calles solitarias y aire contaminado por
la pólvora que los adultos habían quemado en la noche de Navidad, Jaimito tuvo
el mismo calvario de todos los días del año: ni un trozo de jabón y agua para
asear su cuerpo; ni un pan duro para comer, ni un poco de agua para mitigar la
sed, ni un vestido nuevo...
Más adelante, alguien lo correría a
empellones de una caneca de desechos, donde el pequeño habitante de la calle
buscaba cualquier basura para comer.
Autor:
JAIRO
CALA OTERO
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